Mi rutina para combatir el acné, durante 7 años, fue siempre la
misma: levantarme, tomar el antibiótico de turno: doxiciclina,
eritromicina, minociclina y otros que ya no recuerdo,(siempre uno más
fuerte que el anterior) recetados por el dermatólogo , lavarme la cara
prolijamente, secarme con una toalla exclusiva para mi rostro, aplicarme
cremas y rezar porque, esta vez, el tratamiento contra el acné diese
resultados… nunca obtuve lo que quería, una cara normal.
En ese entonces eliminar el acné era algo imposible y por mucho
tiempo sólo traté de cubrir los granos. En varias oportunidades tomé
prestado los cosméticos de mi madre e intenté taparme un grano para
poder ir a la fiesta donde estaba la chica que me gustaba. Mis peores
granos elegían siempre los mejores eventos cómo si ya no tuviera el
control de mi cuerpo ni de nada en mi vida.
Con el tiempo mis amigos dejaron de tener granos y yo seguí con un
acné persistente, me volví tan consciente de mis granos que se volvieron
la parte más importante de mi vida.
Pasé los mejores años de mi adolescencia preocupándome en cómo se
veían y como los tapaba. Hoy, sé que el acné se volvió mi peor
pesadilla porque dejé que me convencieran que tenía que vivir para
siempre con acné y debía conformarme con una cara marcada.
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